lunes, 16 de marzo de 2009

El chófer y el científico

Durante los primeros años veinte el físico Albert Einstein solía dar numerosas conferencias en universidades de Europa. Eran los años en los que la teoría de la relatividad se percibía no sólo como algo serio, sino como un concepto revolucionario.
Aunque no le gustaba conducir, sí que le gustaba desplazarse en coche, por lo que contrató los servicios de un chófer para que le llevara a las universidades en las que debería exponer sus revolucionarias ideas.
Un día, dirigiéndose a una de ellas, le hizo notar a su chófer lo aburrido que se le hacía decir siempre lo mismo, exponer las mismas ecuaciones y conceptos ante la gente. El chófer dijo que lo comprendía, y le ofreció un cambio.

Él había escuchado tantas veces las charlas de Einstein que, aunque no comprendía casi nada, era capaz de repetirlas de memoria sin equivocarse, de manera que, aunque fuera sólo por un día, podrían cambiar los papeles. En el lugar al que se dirigían nadie conocía el aspecto del físico, así que no notarían la diferencia. Einstein podría sentarse relajadamente en uno de los asientos del final de la sala reservado al chófer mientras éste daba la conferencia y era, aunque por una vez, el centro de los aplausos y la admiración de decenas de profesores y científicos.
Einstein escuchó la propuesta de su chófer, lo meditó por un momento, y aceptó.

Ya en la sala, repleta de académicos, el chófer explicó los principios de la teoría de la relatividad, con gran claridad en las ideas y exponiendo las ecuaciónes a la perfección en la gran pizarra.
Los asistentes atendían con gran interés las explicaciones del que creían era Albert Einstein, mientras éste, el real, estaba sentado tranquilamente, vestido de chófer, en el lugar que debía ocupar el otro.

Aunque no estaba previsto que se hicieran preguntas, uno de los profesores, ya llegando al final de la conferencia, se puso en pie e hizo una sobre una de las ecuaciones, pregunta que el chófer era incapaz de responder. A pesar de ello no perdió la calma.

"Ésta es una pregunta tan simple y sencilla" dijo, "que dejaré que sea mi chófer, que se encuentra sentado al fondo de la sala, quien se la responda por mí"

Una divertida falsa anécdota.

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